Una flor que se abrió en una grieta inalcanzable de la cima de un peñasco.
Es una planta excelentemente esculpida con la esencia del elemento Geo.
Hay una historia popular que dice así:
Antaño, alguien le dijo al Rey Geo que no podía haber vida en una piedra inerte.
En consecuencia, el Rey Geo ordenó a las flores del dorado más puro que surgieran de la superficie de una roca sólida.
Quizás el Arconte Geo realmente hiciera tal proeza;
o quizás aquello solo fuera una de las tantas historias antiguas en torno a su persona.
Pero lo que sí es cierto es que un próspero puerto surgió de entre las montañas inertes.
Tal vez este puerto, el cual desafió a las violentas olas del mar de nubes,
fue la flor dorada que emergió de un cuerpo inerte.

Se dice que, en aquellos años en los que los dioses luchaban entre sí, la imagen de Rex Lapis era la de un masacrador.
En esas batallas de dioses contra dioses, nadie hubiera imaginado que sería una divinidad amable.
Él nunca fallaba al distinguir el bien del mal. En esos días de disturbios, no mostraba compasión, ni siquiera hacia los amigos que se convirtieron en sus enemigos.
La expresión fría de Rex Lapis nunca cambió a lo largo de esa época.
Dicen que solo cambió esa expresión cuando las cenizas de la guerra cesaron.
Pero solo lo hizo porque era necesario, pues tenía un trato que cumplir.

Un recipiente para vino tallado a partir de una roca extremadamente dura.
Se dice que solía utilizarse para que los soberanos bebieran de él.
Es propio del basalto ser indestructible, igual que es propio del cristal brillar y ser transparente.
De igual forma, caminar oculto entre los mortales también debe ser un exquisito placer.
Las leyendas populares dicen que, para beber vino,
Rex Lapis creó un lecho de roca,
y talló una copa de vino para sí mismo a partir de jade y piedras preciosas.
Algunos incluso dicen que existían siete copas iguales que esa.

Una pluma que cayó de unas alas gigantescas que aplanaron las montañas.
Hoy en día se ha tornado verde musgo, pero esta pluma sigue siendo afilada como el filo de una espada.
Dicen que en tiempos antiguos, cuando el mundo estaba sumido en el caos, Rex Lapis arrancó piedras de las montañas y las convirtió en aves rapaces.
Estas aves, talladas a partir de nefrita, surcaron los cielos en cuanto adquirieron su forma.
Ascendiendo en espiral hacia el firmamento, atravesaban las nubes y aplanaban las cimas rocosas.
Dicen que estos milanos de la roca abrían sus alas para caer al mar en picado,
y descendían desde lo alto como un cometa
para llegar hasta las profundidades del mar, donde habitaban bestias marinas...
Según dicen, los pilares de piedra que sobresalen del océano siguen atrayendo a las aves incluso hoy en día.

Un reloj de sol hecho a partir de jade de la realeza.
Persigue la luz del día en silencio.
Incluso las rocas que se yerguen firmes desde tiempos inmemoriales se desmoronarán y se convertirán en polvo con el paso del tiempo.
Dice la leyenda que una vez, el Rey Geo convirtió las constelaciones de la tierra en dispositivos para medir el tiempo para enseñarle a los ancestros humanos el valor de cada instante.
Dice la leyenda que el reloj pasó de mano en mano por mucho tiempo, hasta que se convirtió en el tesoro de un joven erudito en ciernes.
“Cuando era joven, estudiaba profusamente los textos clásicos con la intención de, algún día, dirigirme a Sumeru para alcanzar la sabiduría.
Pero, al obtener este reloj de sol, jugué con él durante muchos días, por mucho tiempo, y no pude encontrar ni un defecto en él.
Así fue cómo cambié de vocación para convertirme en un artesano y retar al maestro detrás de esta gran obra de ingeniería”.