Desde que el maestro reconoció su talento, el Artista Marcial se dedicó a practicar asiduamente todos los días durante años.
El duro camino de las artes marciales no está exento de lesiones inevitables.
Un día, recibió la orden de arrancar una pequeña flor carmesí en el bosque.
Aunque las cicatrices del honor nunca se cerrarán, al menos el dolor sí se aliviará.

Un brillante pañuelo rojo perteneciente al Artista Marcial. Su color se ha ido apagando con el tiempo.
Esta bandana era la prueba de haber practicado artes marciales desde una edad muy temprana. También representaba la gran ambición que una vez tuvo el joven Artista Marcial.
Este había estado entrenando en el bosque desde antes del amanecer.
Pasaron muchos años y la juventud ya no acompañaba al Artista Marcial. No obstante, como Instructor, estaba tan alerta y era tan diligente como cuando era joven.

Antes de entrar a la arena con orgullo, es esencial para los Artistas Marciales realizar un ritual de despedida con una copa de buen vino.
En él, los artistas rivales, orgullosos y hábiles, levantan sus copas para brindar.
La arena exige una compostura inalterable y el máximo respeto hacia el oponente.
Este es el verdadero significado del brindis que viene antes de la victoria y el honor en la arena.

Un hábil Artista Marcial arrancó la pluma de un pájaro que surcaba el cielo.
La esencia de las artes marciales no siempre radica en la fuerza de los ataques.
La agilidad y la destreza, que los Artistas Marciales entrenan durante años, son igualmente objeto de orgullo.
El Artista Marcial se ponía esta pluma en el pecho como prueba de su incomparable habilidad.

Un reloj de arena que utiliza el flujo del agua para medir el paso del tiempo. El Artista Marcial lo llevaba en la cintura en todo momento.
Cuando entrenaba bajo la cascada, cuando practicaba el equilibrio sobre una sola pierna en un poste de madera,
o cuando aguantaba todo el dolor y el sufrimiento él solo,
en este objeto quedaba grabado cada segundo que pasaba.