Una pequeña insignia en forma de flor. Parece que emana música de ella.
En la Orquesta del Errante había una carismática espadachina.
Era bella como la luz que se refleja en el agua, y elegante como una alondra que anuncia el alba.
Al blandir la espada, emanaba de ella una sinfonía de cantos y flautas.
El final de cada canción y cada baile era como cuando sale el sol después de una tormenta.
Todo vuelve a su lugar y la calma regresa al escenario.
Su música y manejo de la espada son tan letales como elegantes.
La Orquesta del Errante tenía dos tipos de público:
cuando se trataba de bandidos, la música iba mucho más allá del escenario.

Un hermoso sombrero de copa que no se ha visto afectado por el paso del tiempo.
Si se presta atención, casi se puede escuchar una antigua melodía haciendo eco en su interior.
Hace miles de años, una Orquesta deambulaba por el mundo.
Sus músicos nunca llevaban partituras. Cantaban acerca de lo que veían, y tocaban sobre lo que escuchaban.
Con el paso del tiempo, la Orquesta se dio cuenta de la inmensidad del mundo.
“¡Ah, hay tantas cosas sobre las que cantar en el mundo!”
Los músicos convirtieron las notas en palabras y anotaron todo lo que veían.
Este sombrero, por su parte, lo atesoró fuertemente el director de la Orquesta incluso tras su muerte.

Una cantimplora de forma extraña que reproduce una melodía maravillosa a medida que el agua fluye en ella.
Siempre hay música en la vida de un instrumentista de orquesta, incluso al beber agua.
Hay una antigua leyenda sobre una Orquesta del Errante que deambulaba por la tierra.
Sus espadas eran sus flautas y por arcos tenían arpas. Tocaban no solo para invitados, sino también para bandidos.
Viajaron a través del desierto y pisaron el ardiente Mare Jivari.
La melodía del arpa que resonaba en la tetera les recordaba en todo momento:
“Caminamos al ritmo de melodías ilimitadas”.
“Allá donde haya música, estaremos nosotros”.

Una flecha azul índigo que sobrevivió al paso del tiempo.
Al dispararla, sus plumas parecen producir una melodía.
El arpista de la Orquesta también era un arquero experto.
Según la leyenda, atraía a las aves con la dulce melodía de su arpa para luego derribarlas con su arco.
Se dice que, cuando hacía esto, no miraba al cielo.
La razón, según algunos, era la arrogancia del arpista. Sus compañeros decían que era debido a la misericordia de un cazador.
Las plumas de esas pobres aves acababan decorando las flechas del arpista,
y el sonido de su arpa se convirtió en la elegía de los pájaros.

El reloj de arena de la Orquesta del Errante. También es un arpa.
La melodía se vuelve más solemne a medida que se toca.
Cuando la actuación llegaba a su fin, la Orquesta tocaba este arpa.
Cuanto menos quedaba para acabar, más profunda se hacía la melodía.
Así, el espectáculo llegaba a su fin una vez el tono del arpa era tan grave que se disipaba en el viento.
Sin embargo, todo tiene un final, y la Orquesta del Errante no fue una excepción.
Cuando el destino acabó uno a uno con cada músico, sus instrumentos quedaron enterrados bajo el polvo.
El reloj de arena también tocó su última nota, marcando el gran final de la Orquesta del Errante.