Una flor que solo se abre en las llamas ardientes.
El dolor llameante que causa vuelve más fuerte a su portador.
La flor, roja como el fuego, brilla como un ágata reluciente.
Esta flor llameante era un broche del Corredor de Lava.
En sus últimos días, le dijo a la gente:
“Esta es la flor que se abre en las llamas. Si el fuego aún no me ha convertido en cenizas,
verán el resplandor de las brasas de esta flor a través de las llamas y el oscuro humo”.
Entonces, la gente siguió la luz titilante hasta la orilla del Mare Jivari.
Fueron recibidos por la flor abierta, pero el sabio no se encontraba por ningún lado.

Una antigua diadema que perteneció al Sabio Errante del Mare Jivari.
Si se mira con atención, casi se puede ver una figura de pie en medio de las llamas.
El Sabio Errante del Mare Jivari creó esta diadema con ágata carmesí para resistir las llamas y el intenso calor.
Fue elaborada con sabiduría y tenacidad, y despertó el miedo y la envidia entre sus compañeros y maestros.
“¡Cómo se atreve a desafiar las llamas del Mare Jivari! ¡Es una blasfemia que no se ha visto en cientos de años!”
“El mar ardiente devorará a este joven arrogante y el cielo arrojará sus cenizas al vacío”.
Los envidiosos maestros le pidieron a su aprendiz que se adentrara en el mar en llamas usando la diadema.
Pero el Corredor de Lava caminó tranquilamente entre el magma y desapareció poco a poco en el firmamento.

Un cáliz que contenía lava. Aunque está vacío, le sigue quedando un ligero calor.
En el interior del cáliz, que pertenecía al Corredor de Lava, solía fluir la sabiduría.
El Corredor de Lava solía jugar con este cáliz, que permanecía intacto incluso tras exponerse a un calor abrasador.
Según la leyenda, bebía lava de él como si de un exquisito vino se tratara.
El vino se evaporaba a altas temperaturas, pero la sabiduría pudo resistir el fuego de las llamas.
Para el Corredor de Lava, el vino era simplemente el combustible de su ingenio.
Con la ayuda del alcohol, podía convertir la más mínima chispa en una idea brillante.
El silencioso cáliz fue testigo de cómo la sabiduría se forjó entre las llamas.
Justo antes de que el Corredor de Lava emprendiera su último viaje, el cáliz se llenó arrogancia.

Una pluma que el Corredor de Lava le arrancó a un pájaro que cantaba entre las llamas.
Al llevarla puesta, casi se puede escuchar el sonido de las alas del pájaro batiéndose en llamas.
Cuenta la leyenda que existió una especie de pájaro solitario que podía cantar entre las llamas.
La gente lo adoraba como un tótem, mientras que los reyes lo veían como un signo de nobleza.
Portando esta pluma, el Corredor de Lava se aisló en su mundo de llamas.
Solo vino y solo se fue, sin dejar rastro.
Desde entonces, las personas a menudo escuchan gritos procedentes del Mare Jivari.
Nadie sabe si estos proceden del pájaro o son los lamentos del Corredor de Lava.

Lo que fluye dentro de este reloj de arena no es arena normal, sino arena ardiente.
El tiempo, al igual que las arenas llameantes, fluye sin dejar rastro de su existencia.
Esta es la historia que ocurrió después de que el sabio viajara a través del Mare Jivari.
Se dice que pasó otros cien años viviendo como ermitaño.
Pero esta breve reclusión no pudo aliviar el tormento que lo quemaba.
El sabio aislado no pudo aguantar las llamas eternas, por lo que creó este reloj de arena.
Entre las llamas volcánicas, la arena escarlata fluía a través del reloj día tras día.
El pobre sabio no temía las llamas abrasadoras, pero no podía apagar el agobiante fuego del tiempo.
Ser abandonado por sus queridos discípulos y familiares fue ese amargo fuego que no pudo apagar.