El pastor y la botella mágica

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El pastor y la botella mágica

El cuento de un pastor que encuentra una botella plateada en el desierto y en la que hay encerrado alguien inesperado.

Contenido

Dicen que cuando el rey al-Ahmar vivía, solía coleccionar genios y demonios en lámparas mágicas.
Según cuenta la leyenda, el mundo estaba repleto de espíritus errantes. Al-Ahmar, poderoso pero confuso, los atrapaba en el viento plateado de la noche, en las finas arenas del desierto, en los místicos remolinos del mar, entre los tintineos cristalinos de los arroyos de la montaña, y los guardaba en botellas de plata. Era como un conquistador intrépido y, a la vez, como un muchacho curioso.

Al-Ahmar sujetaba a los genios con bridas y yugos, y fue por sus lamentos que aprendió la historia de la triste luna y el lucero del alba, y construyó la majestuosa ciudad de Ai Janum, también conocida como la “Ciudad de la Dama Luna”, en su honor. Dicen que era la ciudad de los genios, el paraíso que al-Ahmar decidió ofrecer a los herederos de la luna. A cambio, los genios construyeron la inmensa puerta que sirve de entrada a la tumba de al-Ahmar.

Así lo cuenta una familia de trovadores del desierto. Cientos de años después, al igual que Saleh, ciudad de los valientes zamudíes, Tulaytulah, hogar de los sabios tignarios, y Organa, ciudad de los Veintinueve Deys, toda Ai Janum quedó sepultada bajo las arenas, los remolinos y el lodo. Y lo mismo les pasó a sus innumerables habitantes y a los incontables genios atrapados en botellas de plata.

Pero, por el momento, ahorrémonos investigaciones innecesarias y regresemos a lo que nos concierne.

Quince años después de la construcción de Puerto Ormos, un joven pastor desenterró un recipiente de plata en las Dunas Cantograva (vid. nota 1). Por curiosidad, o quizás por imprudencia propia de un habitante del desierto, el joven rompió el sello de la botella y bajo el amparo de la luna la abrió (vid. nota 2).

“Estos cuervos del mundo mortal son realmente ruidosos…”.
Un genio surgió de la botella (vid. nota 3) y adoptó la apariencia de una bailarina, tan ágil como un gato y hermosa como un lirio de agua.
“¿Cuervo?…”
El joven no entendió. No se veía como un pájaro y no estaba haciendo ningún ruido.
“Sí, cuervo”.
Repitió la genio, con cierta impaciencia.
“Los pájaros que viven y mueren rápido, los seres ruidosos… solo despiertan cuando mueren. ¿Qué es lo que no entiendes?”
El joven sacudió la cabeza, confundido, a lo que la genio respondió con un suspiro.
“Escucha, pájaro tonto.”
La genio sacudió la cabeza y sus trenzas perfumadas de mirra se mecieron suavemente a la luz de la luna. Los cascabeles que colgaban de sus extremos tintineaban. Sus ojos de color ámbar tenían el brillo de una daga.

“Te permitiré hacerme tres preguntas, pero tienes tres condiciones…
La primera es que no difames a nuestro señor al-Ahmar. Esa es la más importante (vid. nota 4).
La segunda es que no seas arrogante. Aquellos que tienen una vida corta deben saber cuál es su lugar.
Tercero, no te entrometas en los asuntos del cielo y de la tierra. Si has de saberlo, en el cielo hay guardianes valientes y estrellas espléndidas.
Si no obedeces, entraré por tu boca y tu nariz con el viento de la noche, como las tres diosas de la luna sobre sus corceles, vaciaré tus entrañas y tu alma, y convertiré tu cuerpo sin vida en mi nueva morada”.

El joven se apresuró a cubrirse la boca y la nariz y asintió vigorosamente con la cabeza, intentando demostrar que comprendía las condiciones que había impuesto la genio.

“Haz tus preguntas, querido hijo de nuestro señor, sirviente de los cielos”.
La genio habló con una suave sonrisa. La brillante luz de la luna se derramaba sobre sus miles de trenzas y se difuminaba sobre su piel casi transparente, desprendiendo un brillo cristalino como la arena.
“¿Quién eres?”
Preguntó el joven.
“Soy una creación del cielo, una heredera del mundo. Soy una exiliada de los siglos, una fiel sirviente de mi gran señor. Soy un espíritu elemental que no se inclina ante los de carne y hueso. Una prisionera eterna, que se contenta con la ilusión de la comodidad…”.
La genio alzó la cabeza con orgullo, dejando que la luz de la luna atravesara su cuerpo traslúcido mientras sus cascabeles dorados resonaban en el viento del desierto.
“Como descendiente de Lilúfar, puedo hacerme grande o pequeña, alzarme u ocultarme. Encuentro mi lugar entre las olas, en el viento nocturno o ante la pálida luz de la luna muerta. En resumen, soy una genio orgullosa”.
“¿Entonces por qué estás dentro de esta botella?”
El joven agitó la botella de plata que tenía entre sus manos y preguntó confundido.
“Nuestro señor al-Ahmar quería conquistar los cielos y la tierra y poner a su disposición los mares y las montañas. Para ello, nos fabricó estas botellas mágicas de plata y dejó su marca en nuestros cuerpos, convirtiéndonos en sus esclavos dedicados a la noble creación y exploración. Es decir… no éramos esclavos de la vergüenza, sino del orgullo.
Pero después…”.
Los ojos ámbares de la genio se oscurecieron, y su voz se volvió más suave.
“Nuestro señor trajo sobre sí mismo una plaga que nos ha condenado por generaciones al olvido. Así, quedamos atrapados en botellas de plata, ahogándonos en nuestros sueños hasta la hora de nuestra muerte”.

“Bien. ¡Te queda una última pregunta!”
La genio agitó su mano cordialmente, haciendo tintinear las antiguas monedas de plata que adornaban su muñeca.
“¡Cuidado con lo que preguntas o tendrás que taparte la boca y la nariz!”
“Pues…”.
El joven dudó por un instante y luego planteó su pregunta final.
“¿Cómo es vivir en una botella?”

Al parecer, la genio nunca había oído una pregunta como esa. Su sorpresa hizo que tardara un poco en responder:

“Al principio, vivía en un palacio sin preocupaciones, cantando con los ruiseñores y hablando con las rosas. Fue una época hermosa, una época en la que nacieron poetas y amantes gracias a mí. Parecía que toda la Ciudad de la Dama Luna estaba allí, dentro de la botella, e incluso hasta el agua mineral, inodora e insípida, resultaba embriagadora.
En ese entonces me dije a mí misma que, si alguien rompía el sello y me dejaba salir al mundo exterior, lo cubriría de maldiciones y lo mataría.

Una era después, las tormentas de arena se embravecieron y los demonios andaban por doquier. Los ruiseñores lloraban sangre y su cantar enmudeció. Las rosas se marchitaron y se convirtieron en espinas retorcidas. Los poetas eran maltratados, los amantes desplazados, la prosperidad se desvaneció… Fueron tiempos terribles, todo se volvió una ruina eterna. Pero aun así, la Ciudad de la Dama Luna parecía estar bien aislada dentro de la botella.
Entonces me dije: si alguien rompe el sello y me deja salir al mundo exterior, le haré pagar por su injusticia.

Cuando llegó la tercera era, todo había quedado reducido a cenizas, todo había sido destruido. La obra de la Ciudad de la Dama Luna había llegado a su fin, dejando tras de sí solo un gran teatro en ruinas y máscaras rotas de los dioses. En esta era, derramé mis lágrimas, y el tintinear de los cascabeles y la danza de los velos se convirtieron en una maldición que me persigue.
Y así, en medio de esa desolación, me dije que si alguien destruía el sello y me dejaba salir al mundo exterior, me convertiría en un espíritu vengativo, y destruiría el mundo o me destruiría a mí misma”.

“Entonces…”
El viento del desierto se agitó de repente y el muchacho no pudo evitar envolverse en sus ropajes y encogerse.

“Sí, pude haberte convertido en la primera víctima de mi venganza… Pude arrancarte la carne de los huesos y convertir tu alma en una cruel canción”.
La genio se ri, amenazante, como un ruiseñor que anuncia su muerte en una noche de estío.
“Pero la luz de la luna muerta brilla sobre las dunas de arena y sobre mí… y acabo de darme cuenta de lo hermoso que podría ser este mundo.
Este miserable genio es como un polluelo que ha roto el cascarón, se ha enamorado irremediablemente de este mundo impío y baldío, de la vida y de la muerte. El genio orgulloso, alguna vez alimentado con las exquisiteces de las rosas, ahora ama la tierra de los sapos y las víboras…
No puedo evitar preguntarme cómo conseguirá el cuervecillo convertirse en un novio…”.


“¿Y entonces…?”.
El joven volvió a encogerse.

“Entonces, cuervecillo, cuéntame una historia. Ayúdame a comprender este mundo”.
Mirando fijamente el rostro confundido del joven, la genio sonrió astutamente, mientras sonaban los cascabeles en los extremos de sus trenzas.

Y así fue como la genio de la Ciudad de la Dama Luna retomó su viaje por el mundo.


Notas:
1. La zona del desierto que Los Eremitas suelen denominar “Dar al-Azif” no es un lugar específico, ya que las dunas se mueven con el viento.
2. El decano de los Purbiruni, Faramaraz, insiste en la absurda idea de que “esto se debe a la ignorancia inherente a los habitantes del desierto”, una opinión que no merece demasiada réplica. Qué tipo tan poco razonable. ¡Que cien aves asolen su cama y que las montañas lo lapiden!
3. Una vez más, el decano de los Purbiruni, Faramaraz, discute con el autor que la palabra “surgió” no es del todo adecuada aquí, y que se debería usar una palabra mejor para expresar la imagen de “un glorioso humo brotando del recipiente”. Tengo que admitir que su opinión, aunque tenga argumentos literarios, no tiene base académica. ¡Que sus tripas se retuerzan como con piedras plomadas y que el barbero le rasure las barbas!
4. Faramaraz, decano de los Purbiruni, subraya que “al-Ahmar” no era el nombre del rey cuando estaba vivo, y que citarlo así denota falta de criterio. ¡Que la sabiduría olvide su existencia, que le raleen los cabellos y que sus barbas encanezcan antes de tiempo!