Este excepcional arco fue pintado de negro para integrarse perfectamente en la oscuridad de la noche.
Fue el arma predilecta de una opulenta familia noble cuando esta salía a cazar.
Hasta que un día, cayó en manos de un ladrón justiciero que nunca fue atrapado.
Su portador disparaba en absoluto silencio apuntando a las coronas de los nobles.
Atravesó las cuerdas de muchas horcas y desarmó a muchos soldados que perseguían a personas inocentes.
Una vez, prometió traer luz a una edad oscura, así como
justicia, riqueza y alegría a los oprimidos.
De hecho, así fue en el pasado. Es más, trajo el miedo para los que estaban en el poder, provocándoles innumerables noches de insomnio mientras enfurecían de impotencia.
También trajo el sonido de pasos ligeros como la lluvia a los techos y los balcones, y trajo canciones para los bardos de las plazas.
Una vez incluso extrajo un zafiro de la insignia de un noble para dárselo a una bruja de ojos azules que cazaba el mal con una lanza.
Pero ni siquiera al final del todo fue capaz de llevar una sola sonrisa a los labios de la bruja a la que amaba con toda su alma, que era tan fría como el zafiro que le regaló.
Al final, buscando la muerte, el rostro en forma de flor de la bruja quedó marcado por el criminal, y nadie sabe a dónde fue después.
Al final, el ladrón justiciero escuchó el consejo de sus hermanos. Abandonando su promesa, navegó hacia el océano, el cual no pertenecía a nadie.
“¿Recordará todavía mi canción? ¿Recordará aquellos años que, aún hoy en día, siguen persiguiéndome por las calles impregnadas de olor a vino y en las que se cantan las canciones que yo le dediqué?”