La Facultad Rtawahist, a la que pertenece la Escuela de Iluminacionismo, es una de las Seis Facultades bajo la jurisdicción de la Academia de Sumeru.
Cada una de las Seis Escuelas tiene un área de investigación distinta. La Escuela de Iluminacionismo se dedica al estudio de la bóveda celeste que flota encima de todos los seres vivos desde tiempos inmemoriales.
Laila es precisamente una de los tantos estudiantes que consagran su estudio en esta área de investigación.
A pesar de que no lleva mucho tiempo en la Academia, ya se ha granjeado un sinnúmero de motes extraños.
“Sonámbula excéntrica”, “calculadora andante”, “tesis caída del cielo”… Todo aquel que conoce a Laila se refiere a ella con esta clase de sobrenombres.
Peor aún es que, conforme pasan los días, la lista de apodos se vuelve más y más larga.

En cada aula de la Academia existen dos clases de personas:
Primero, aquellas dotadas de conocimiento y que llevan una vida sosegada. Ya sea en la teoría o en la práctica, se desenvuelven con gran soltura, como un pez en el agua.
Y segundo, aquellas cuyos rostros están llenos de consternación y que van por la vida suspirando, desesperanzadas. A estas últimas se les puede ver aferrándose desconsoladas a sus herramientas de investigación o escribiendo sus tesis con frustración para luego desecharlas después de escribir solo dos palabras.
Sin duda alguna, Laila pertenece a la segunda clase de personas.
El cansancio y la falta de sueño son el pan de cada día de cualquier erudito, pero en el caso de Laila, la situación puede llegar a ser preocupante. El inmenso estrés al que se somete está patente en sus ojeras y su rostro exhausto.
Incluso al pasar cerca de ella, se le puede escuchar murmurar frases que provocan un sentimiento de lástima a quienes las escuchan: “no se me ocurre nada”, “¿por qué…?”, “estoy acabada”.
Además de ser el palacio de la sabiduría para los eruditos con sed conocimiento, la Academia puede llegar a ser el origen de sus pesadillas. Incontables eruditos han pasado por el sufrimiento de experimentos fallidos y propuestas de tesis rechazadas. Se dice que son muchos los estudiantes que todos los años no soportan la presión y renuncian.
Puede parecer que Laila se encuentra al borde del precipicio, pero a diferencia de todos aquellos que han decidido tirar la toalla, ella no se da por vencida.
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El estado deplorable de Laila se debe a su constante falta de sueño. Y su falta de sueño se debe al estrés de sus estudios.
Todo estudiante de la Academia debe aprobar el curso, completar la tesis y pasar la disertación. No parece nada fuera de este mundo, pero cada uno de estos aspectos requiere una gran cantidad de tiempo y esfuerzo.
Desafortunadamente, Laila es más lenta escribiendo su tesis que el resto de sus compañeros.
Y es que pasa mucho tiempo reflexionando sobre cosas como: “¿mi enfoque es razonable?” o “¿mi tema de estudio no es más simplón que el de mis compañeros?”. Incluso llega a dudar de sí misma: “¿mis cálculos son correctos?”, “y si lo son, ¿es el método más conciso?”…
Siendo estudiante de la Academia, sabe que no puede holgazanear en sus estudios, pero mientras más lo piensa, menos se atreve a sentarse a escribir su tesis.
Es así como, presa de la duda, el tiempo se le escapa de las manos. Aún tiene asignaturas por cursar y una tesis por escribir.
Esto la lleva a desvelarse por las noches y compensar sus horas de sueño durante el día. Sin embargo, al amanecer le esperan nuevas asignaturas, y el círculo vicioso se repite. Esto ha provocado que el organismo de Laila comience a actuar de manera anormal.
Muchas veces se pone de pie mientras está dormida y comienza a caminar por doquier. Al despertar, no recuerda lo que hizo. Es tal y como la leyenda urbana de la sonámbula.
Aquellos estudiantes que han sido testigos de su sonambulismo dicen que la han visto aparecer de repente en lugares inesperados, pero nadie sabe a ciencia cierta en dónde ha estado ni lo que ha hecho.
Sus episodios de sonambulismo están acompañados de una serie de fenómenos extraños.
Cada vez que despierta, descubre que el ensayo que ni siquiera había comenzado está terminado. No solo eso, sino que la argumentación es impecable y los datos son correctos. Encima de todo, la caligrafía es la suya propia.
Lo más extraño es que la autora ha criticado sin pelos en la lengua las tesis de otras personas y sus métodos de investigación firmando con el nombre de “Laila”.
Por donde lo vea, es algo que ella no sería capaz de hacer. ¿Acaso alguien le está gastando una broma?
Pero después de reflexionar sobre su vida, desde que vivió en su pueblo natal hasta llegar a la Academia, nadie tiene un motivo para hacer algo así.
“Una tesis caída del cielo”. Esta es una expresión popular en Sumeru para referirse a un milagro. Sin embargo, en el caso de Laila, la expresión toma un sentido muy literal.
¿De verdad se trata de un milagro? ¿Acaso los cielos se han conmovido al ver su dedicación al estudio de la astrología y finalmente la han bendecido?
Sea cual sea la verdad, la bendición de las estrellas ha resuelto sus noches de desvelo y ha podido entregar los ensayos de varias materias.
El resto depende de ella. Pero antes de ir a clase, debe descansar y recuperar sus energías.
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A pesar del ajetreo de sus clases, Laila busca un poco de tiempo para relajarse.
Uno de sus pasatiempos es ir de paseo a Puerto Ormos en barco. Los puestos comerciales, los vendedores pregonando chucherías novedosas y los sorprendentes actos que se pueden ver por las calles de Puerto Ormos son como una bocanada de aire fresco para Laila.
Ha visto a los habitantes del desierto más hábiles desafiarse entre sí arrojando cuchillos voladores para acertar en una manzana a lo lejos.
También ha visto a personas excéntricas que afirman poder levitar y que, después de acostarse sobre una alfombra común y corriente, se desprenden del suelo.
Pero lo que más le impresionó fue un hombre que invitaba a la gente a probar su suerte en la lotería. Después de marcar diferentes premios en pedazos de papel y colocarlos en cajas de madera, aquel hombre revolvía las cajas a gran velocidad e invitaba a los espectadores a escoger una.
Laila había participado muchas veces en loterías similares, pero nunca había obtenido premio alguno. Sin embargo, esta vez, poco a poco comprendió cuál era el truco.
Los rápidos movimientos del tendero lograban confundir a los espectadores comunes y corrientes, pero Laila notó que, conforme movía las cajas de madera, su pulgar izquierdo no se movía nada.
Mientras más cerca estuviera de dicho pulgar, menos cambiaba de ubicación la caja de madera.
Fue así que, gracias a su vista aguda, Laila obtuvo una y otra vez el premio mayor. Cuando el tendero se dio cuenta de que Laila había descubierto su técnica con solo observarlo, sintió gran admiración por ella y le entregó el premio sin ningún reparo.
Sin embargo, para Laila, el haber obtenido el premio mayor pasaba a un segundo plano. Lo que más alegría le causaba era haber descubierto el truco.
A diferencia de la gente conservadora de la Academia que veía con desprecio esa clase de artimañas y trucos baratos, Laila se sentía profundamente agradecida con aquellos vendedores de Puerto Ormos que le traían felicidad.
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Al concluir el primer año, Laila anotó sobre una hoja sus fortalezas y debilidades y elaboró un pequeño resumen.
Su capacidad de observación y deducción no estaba nada mal, ya que podía predecir la órbita de los cuerpos celestes con solo observar los mapas astrales a una velocidad mucho mayor que otros.
Además, su habilidad matemática era aceptable. Sin necesidad de papel y pluma, en un abrir y cerrar de ojos podía dar con la respuesta.
Antes de entrar a la Academia, Laila se topó por casualidad con quien sería su futura tutora. En ese entonces, su tutora la elogió diciendo que era “una niña bendecida por los cielos con una inclinación por el conocimiento”.
Fueron estas fortalezas las que la armaron de valor para ingresar en la Academia en busca de sabiduría.
Pero al poner un pie en ella descubrió que, en comparación con otras personas de su edad, sus habilidades no eran tan sobresalientes.
Al estar al lado de tantas personas tan destacadas, Laila no pudo evitar sentirse decepcionada.
En cuanto a sus debilidades, sentía que eran demasiadas. Por ejemplo, al resolver un problema se devanaba los sesos por mucho tiempo sin poder llegar a una conclusión.
Tampoco se le daba bien socializar. Para evitar que los demás la tacharan de arrogante, al discutir evitaba expresar su punto de vista. Todo esto hizo que tuviera pocos amigos en la Academia.
Lo que más la desanimaba era que muchos ensayos escritos de su puño y letra no eran suyos, sino de aquella “bendición de las estrellas”. Así pues, Laila se sentía insignificante.
Pero lo que no sabía es que la impresión de sus compañeros y profesores era totalmente distinta.
“Después de todo, ser enigmático y excéntrico es propio de alguien superdotado”.
“Al ir de excursión, ¿cómo puede terminar de dibujar el mapa astral tan rápido? ¿Acaso tiene ojos de Daguerrotipo?”.
“He visto sus ensayos y sus cálculos. Como profesor que soy, me han sorprendido su lógica impecable y su argumentación detallada. No debo despegar la mirada de ella”.
Hay quienes se menosprecian a sí mismos por ser extremadamente precavidos y prefieren ahorrarse sus comentarios.
Pero es precisamente su insatisfacción la que los motiva a seguir adelante hasta que, sin darse cuenta, han superado a los demás.
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¿Cómo puede una jovencita ser tan tenaz, inteligente y modesta? A veces incluso demasiado modesta…
Laila se ve a sí misma como una persona competente, pero lejos de tener el don de un genio.
Aun así, aspira a convertirse en alguien sobresaliente, ponerse codo a codo con esas mentes brillantes y provocar la admiración de su familia y profesores.
Tales sentimientos encontrados la oprimen. Por un lado, no se atreve a mostrar su verdadero carácter, pero por el otro, se rehúsa a llevar una vida mediocre.
Con el paso del tiempo, una tormenta de emociones arreciaba en su corazón. La vergüenza, la indecisión y el anhelo la abrumaban. Laila debía encontrar una forma de desahogar su alma.
Cuando su cuerpo y mente están despiertos, la constriñen todo tipo de ataduras. Pero cuando su cuerpo descansa, su mente obtiene un respiro de libertad y la faceta desinhibida que habita en su alma cobra vida.
Durante su sonambulismo, las dudas se disipan, el sentimiento de opresión desaparece, escribe ensayos, diseña mapas de constelaciones y hace catálogos de estrellas. Todas las tareas que normalmente son un dolor de cabeza para ella se vuelven pan comido. Es entonces cuando expresa su opinión sin chistar y aborda temas difíciles como un desafío.
De esta manera, Laila desahoga los anhelos que se han anidado en su mente por tanto tiempo. Sin embargo, todos los sueños tienen su final. Al despertar, vuelve a ser la misma joven introvertida y sin autoestima. Después de volver en sí, no recuerda que ella está detrás de esos brillantes pasajes y cálculos intrincados.
Ella es esa joven modesta y tenaz, así como esa joven determinada y brillante. Ambas facetas pertenecen a una misma persona.
Como el brote de una planta, Laila se divide entre la duda y el deseo de liberarse. Esta contradicción es precisamente la causa de su sonambulismo. Sin embargo, no importa cuál personalidad se manifieste, Laila siempre será Laila.
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En el escritorio de Laila, además de una gran pila de notas, mapas estelares y ensayos, también hay un grueso álbum de imágenes.
No importa cuántas cosas haya desperdigadas por el escritorio o cómo estén distribuidas, el álbum siempre estará en el lugar más llamativo.
En su interior hay un gran número de imágenes tomadas por la propia Laila de sus padres y sus amigos en su ciudad natal y de su tutora, quien la animó a entrar a la Academia.
En el reverso de cada imagen hay una descripción de aquello que más impactó a Laila en aquel momento. Siempre ha utilizado este método en lugar de un diario para recordar cada memorable instante de su viaje desde su hogar hasta la Academia de Sumeru.
Cuando revive las imágenes de su diario, esto le permite recordar claramente qué tipo de sentimientos la llevaron a tomar cada una de las decisiones reflejadas en el álbum, lo que la ayuda a relajarse y pensar con mayor claridad.
Hace poco, Laila añadió una nueva imagen al álbum: un retrato en el que aparece acompañada de un viajero de cabellos dorados. Uno no puede evitar preguntarse cuán grueso será el álbum para cuando Laila se gradúe.
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Laila no es la clase de persona que se enzarza con otros en discusiones triviales, pues eso no va con su personalidad. Sin embargo, hubo una ocasión en la que sí participó en una discusión acalorada.
En un seminario sobre astrología teórica, un prestigioso y reconocido herbad leyó un artículo que Laila había escrito junto a algunos de sus compañeros y se detuvo a valorar uno de los puntos que Laila había analizado.
Para aquel herbad, la astrología teórica suponía la consagración del conocimiento de los investigadores de épocas pasadas, y ya que sus teorías habían sido verificadas en incontables ocasiones por incontables eruditos, debían tomarse como verdad absoluta. Sin embargo, Laila puso en duda una de aquellas teorías e intentó corregirla, algo que el herbad consideró una auténtica blasfemia.
Al recibir semejante crítica, Laila se mantuvo impasible y no replicó en el momento. Más tarde, adjuntó una detallada respuesta junto a sus conclusiones del seminario.
De inmediato, el herbad también la refutó en su informe.
Llegados a este punto, la mayoría de los estudiantes habría dejado el asunto por las buenas.
No aprobar el seminario influiría enormemente en la evaluación final del alumno. Además, entrar en debate con un herbad sobre cuestiones teóricas es un acto tachado de presuntuoso e, independientemente de los conocimientos o calificaciones que el alumno posea, es un insulto a una figura de autoridad mucho mayor que la del estudiante.
Quizás todo eso se trataba de un error en los cálculos de Laila, quien, negándose a ceder para no pasar vergüenza, se empeñaba en seguir la discusión.
Sin embargo, no cejó en su empeño y continuó intercambiando opiniones con el herbad e insistiendo en su teoría. Seis meses más tarde, el herbad buscó a Laila y le comentó que, tras estudiar el tema en profundidad con otros eruditos, habían llegado a la conclusión de que efectivamente existía un principio de inaplicabilidad a la teoría tratada que ni ellos mismos habían tenido en cuenta.
Tras explicarle en detalle la conclusión a la que habían llegado, elogió con manifiesta emoción que Laila se hubiera atrevido a debatir abiertamente su opinión con alguien como él, y que en los últimos años cada vez menos alumnos se atrevían a cuestionar a sus mentores.
Lo más importante en el camino de la erudición es alcanzar el verdadero conocimiento, cueste lo que cueste, y Laila había demostrado su constante determinación por alcanzar la cúspide de la sabiduría.
Cuando todo el asunto quedó zanjado, decidió ordenar sus apuntes sobre el seminario y encontró en el interior de la carpeta una deslumbrante Visión.
Yacía sobre una montaña de anotaciones, tan brillante y resplandeciente como las estrellas que ella tanto adoraba estudiar.
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