Shikanoin Heizou es un joven detective poco común.
Aunque trabaja en la Comisión Tenryou, da una impresión totalmente incompatible con la grandiosidad, seriedad y solemnidad asociadas al poder público.
Aunque parezca incluso más entrañable y cortés que los novatos, en realidad siempre se sale de la pauta marcada.
A diferencia de otros compañeros, no suele aparecer por la comisaría y casi nunca toma parte en las patrullas diarias.
Hay veces que incluso se pierde de vista durante una o dos semanas y solo aparece en algunas escenas del crimen, pero su eterna sonrisa hace dudar de si se está tomando su trabajo en serio.
Lo más extraño es que todos parecen aceptar tácitamente su conducta de funcionario rebelde.
Sus compañeros cooperan con él de buena gana y sus superiores apenas critican que suela actuar por su cuenta.
Incluso los escalafones más altos de vez en cuando se interesan por él con un “¿Cómo le va últimamente a Heizou?” o preguntas similares.
Este estilo y este estatus tan sui géneris se deben exclusivamente a su inigualable habilidad para resolver casos.
Cada vez que la comisaría de policía se enfrenta a un gran caso de difícil solución o a un caso dudoso sin resolver, Heizou es quien al final carga con las esperanzas de todos para desentrañarlo.
Incluso la persona al mando de la comisaría no puede ocultar su gran admiración ante tamaña experiencia investigadora... pero el propio Heizou piensa de forma distinta:
“La experiencia solo es otro nombre que la gente da a los fallos cometidos, pero el as que guardo en la manga es completamente distinto.
Siempre he sido así”.

Unirse a la Comisión Tenryou no es cosa fácil. Los evaluadores no solo examinan tus habilidades, sino que también comprueban exhaustivamente tu historial.
Por eso, a los recién llegados se les exige que declaren sobre cierta información de relevancia, como las propiedades de valor que poseen.
Según el antiguo oficial Owada, cuando Heizou solicitó unirse a la Comisión, su formulario de declaración estaba completamente en blanco.
Aquella mañana el sol brillaba con fuerza, pero corría cierta brisa. Owada, que ya no era ningún jovencito, examinó aquella hoja en blanco, y luego a Heizou, quien estaba sentado frente a él mirando los alrededores con franca curiosidad. En ese momento, Owada dijo:
“He conocido a muchos jóvenes inteligentes, pero ninguno ha conseguido ser aceptado en la policía”.
Al escuchar esto, el joven e inquieto Heizou dejó de observar sus alrededores, recobró la compostura y se quedó mirando fijamente a Owada.
“Entonces, ¿qué pasa con la gente de mi edad?”.
El semblante del joven cambió por completo. Escudriñó largo y tendido al oficial Owada con los ojos entrecerrados como los de un halcón y este se sintió muy confundido.
De pronto sintió como si fuera él el que estuviera siendo examinado, así que decidió hablar en tono jocoso para calmar sus propios nervios:
“En la Comisión Tenryou no rechazamos a la gente pobre, pero somos especialmente cuidadosos a la hora de evaluar a aquellos cuyas hojas de declaración están completamente en blanco”.
De repente se hizo el silencio. Heizou seguía mirando fijamente a Owada.
Este se sentía incómodo y hasta le picaba la frente, tal vez porque aquel era un día especialmente caluroso. Levantó la mano para secarse el sudor de la frente.
Pero no había ni una gota de sudor que secar. Owada se miró la mano, completamente seca. No había nada que limpiar y seguía sintiéndose incómodo.
De repente, el joven echó a reír y aquel jovial sonido hizo que Owada se sintiera mucho más tranquilo.
Heizou se apoyó sobre el borde de la mesa, con una mano tocándose la barbilla y con la otra, rascándose la cabeza. Aún sonriente, dijo:
“Aparte de mi talento, no tengo nada más que declarar”.

Desbloqueable en Niv. de Amistad 2

La Comisión Tenryou no fue el punto de partida en la carrera de Heizou como detective.
Antes de todo eso, Heizou había tenido su propia agencia de detectives: la Agencia de Detectives Sango y Heizou.
Esta fue la precursora de la actual Agencia de Detectives Bantan Sango de la Ciudad de Inazuma y, de hecho, al principio, Sango y él la llevaban juntos.
La historia comenzó con el encuentro de estos dos inteligentes detectives, pero terminó con su separación.
El nombre de Heizou se borró del letrero de la agencia cuando la colaboración entre Sango y él comenzó a deteriorarse.
En cuanto al motivo de la separación, principalmente fue la diferencia de opiniones.
Para Sango, el objetivo de un detective es descubrir la verdad, y la verdad está por encima de todo lo demás. Tal vez esa actitud represente a la mayoría de los detectives.
Pero el punto de vista de Heizou es algo más complejo, pues él opina que tal vez haya cosas que están por encima de la verdad.
Si algo le habían enseñado tantos años de experiencia es que, cuando un detective acepta un caso, es porque algo malo ya ha ocurrido.
No importa cuál sea el castigo del culpable, no cambiará el hecho de que ya se ha causado daño a alguien.
Es igual que con un médico. No importa lo bueno que sea o lo bien que cure la herida del paciente, nunca podrá decirle al enfermo:
“¿Lo ves? Tu herida ya ha sanado. Es como si nunca te hubieras hecho daño”.
A partir de ese momento, cuando el paciente vea la cicatriz que le ha quedado, no podrá dejar de recordar la herida que sufrió.
Un médico no puede evitar la enfermedad ni las heridas, al igual que un detective no puede evitar que haya crímenes. Pero eso era precisamente lo que quería hacer Heizou: superar esa sensación de impotencia.
“Si no puedo cortar el mal de raíz, me convertiré en su enemigo.
Todo Teyvat conocerá el nombre de Shikanoin Heizou y todos los criminales le temerán.
Les enseñaré que no hay cabida en este mundo para quienes deciden seguir el camino de la oscuridad”.
Cuando comprendió esto, dejó la agencia de detectives y se encaminó hacia la Comisión Tenryou.
Ese fue el verdadero punto de partida en su carrera como detective.

Desbloqueable en Niv. de Amistad 3

“Una vez leí en una novela que todo detective va acompañado de su ayudante, igual que un filete siempre va acompañado de sus papas”.
Una vez, el recién llegado Uesugi le comentó a Heizou en la comisaría con una gran sonrisa:
“¿Y bien, Sr. Shikanoin, qué le parece? Puedo ser su ayudante. Soy muy avispado”.
Heizou miró risueñamente al novato mientras se frotaba la barbilla y le respondió:
“Mi intuición me dice que no eres tan avispado como crees”.
“¿Eh? Y... ¿no será su intuición la que se equivoca?”.
Como por arte de magia, o como si se tratase de la frase final de una obra de teatro, las palabras de Uesugi causaron un enorme revuelo entre los compañeros más veteranos que había en la sala.
El avispado Uesugi comprendió entonces que no debía haber dicho aquella frase y se apresuró a corregirse:
“Lo que quería decir es que... Bueno, los que nos dedicamos a esto no podemos dejarnos llevar únicamente por la intuición, ¿verdad?”.
Los demás compañeros estallaron en sonoras carcajadas. Aunque Uesugi no entendía muy bien la gracia del asunto, se le ocurrió que tal vez se había equivocado de profesión y tendría que haberse dedicado a la comedia.
Entonces, Heizou le frotó los hombros, y con aquel gesto se llevó toda la vergüenza que Uesugi sentía, como si de polvo se tratara.
“Estaba bromeando. Mi intuición me dice que serás un gran guardia, Uesugi”.
“Por eso, si le parece bien, ¡yo podría ser su ayudante!”.
No había terminado de hablar cuando Heizou ya había puesto pies en polvorosa, mientras que Uesugi se quedó allí plantado, confundido como estaba, con sus compañeros riéndose de él.
“Todavía eres un novato ¿y ya quieres ser el ayudante de Heizou?”.
“Bueno, es que como sé que no tiene ayudante, quería ayudarle...”.
“¿Cómo que no tiene? Si lo ha dicho mil veces”.
“¡¿Qué?! ¿Ya tiene un ayudante?”.
“Pero si no ha dejado de repetirlo: ‘mi intuición esto, mi intuición aquello’...”.
“¿Eh? Entonces su ayudante es... ¿su intuición?”.
“Así es. Ese tipo es capaz de resolver cualquier caso solo con su intuición”.

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En lo que a resultados se refiere, Heizou ya podría haber ascendido varias veces.
Pero desde que entró en la Comisión Tenryou, siempre ha tenido el mismo puesto: el de guardia doushin.
Por el contrario, muchos de sus compañeros y superiores han conseguido ascensos después de trabajar con él y beneficiarse de sus logros.
Cuando Kano Nana, la prima de Heizou, se enteró, fue a buscarlo para pedir explicaciones:
“Tú no es que seas un genio, pero los de la Comisión Tenryou son aún más estúpidos.
Cuando un tonto se junta con más tontos, forman un grupo de tontos. ¡Me van a oír esos de la Comisión Tenryou!”.
Como Heizou ya conocía de sobra el carácter de su prima, y para evitar que creara ningún embrollo, le explicó con sorprendente paciencia el motivo:
“No te confundas, prima. Un guardia como yo no tiene nada que envidiarle a los oficiales. Dime: si fueras hoy mismo a la cárcel de la comisaría a preguntar a los criminales, ¿cuántos nombres crees que sabrían decirte?”.
Heizou alargó la palma de la mano hacia su prima con los cinco dedos extendidos: “Como mucho, esta cantidad”.
Kano Nana, que no entendía muy bien de qué iba todo aquello, se limitó a responder: “¿Cinco?”.
“¿Y cuántos me conocen a mí?”.
Volvió a sacar la mano con los cinco dedos extendidos, pero esta vez le enseñó el dorso: “Al menos, esta cantidad”.
“¿Cinco también? Entonces, ¿qué diferencia hay?”.
Heizou soltó una carcajada y dijo: “Prima, ¡yo te estaba hablando de la cantidad de vello!
¿Cuántos criminales saben los nombres de los oficiales? Pues el mismo número de pelos que tengo yo en la palma de la mano: ¡ni uno!
Ahora, ¿cuántos criminales se saben mi nombre? ¡Al menos tantos como pelos tengo yo en el dorso de la mano! Ni siquiera los ‘grandiosos’ oficiales tienen tanto renombre como yo, así que, dime, ¿de qué me iba a servir convertirme en oficial?
La única manera de que los delincuentes conozcan el nombre de Shikanoin Heizou es estando cerca de ellos, ¿no crees? Ese es mi verdadero objetivo.
Así que no te preocupes por mí, todo lo que hago es para cumplir ese objetivo”.

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Tal y como dijo Heizou, lo que los presos recuerdan no es el nombre de los oficiales ni de los generales de la Comisión Tenryou. No, lo que todos recuerdan es el nombre del guardia Shikanoin Heizou.
Aquí ni siquiera el nombre de la Shogun Raiden es tan temido como el suyo.
Al fin y al cabo, la Shogun no los ha detenido a ninguno de ellos. Es Shikanoin Heizou el que los ha apresado a todos, desde los mayores infractores hasta los ladronzuelos de poca monta.
Así es como se desarrollaron las cosas:
Al principio, algunos criminales fanfarroneaban sobre lo infalibles que eran sus métodos y sobre cómo se burlaban constantemente de los oficiales a cargo, como si así pudieran ganarse el reconocimiento de los demás.
Pero cuando les preguntaban que cómo habían acabado en la cárcel si sus métodos eran tan ingeniosos, siempre le echaban la culpa al mismo detective.
“No es que no nos esforcemos, es que el tipo ese es demasiado bueno en su trabajo”.
Así fue como la reputación del detective se fue extendiendo cada vez más en la cárcel.
Poco después, los presos se dieron cuenta de que el famoso detective que los había apresado a todos era Shikanoin Heizou, y eso lo cambió todo.
Si un detective era capaz de atrapar a algunos de los peores criminales del país, entonces es que debía de ser muy bueno en su trabajo.
Pero si además ese detective había conseguido atrapar a incontables maleantes de la peor calaña, entonces es que era mucho más que “muy bueno”.
Todos tenían más o menos la misma imagen de él.
La de un insidioso dios, disfrazado de mortal, astuto y escurridizo y capaz de ver las intenciones de todos cuantos lo rodean.
Si algún día llegara a cambiarse de bando, ¡se convertiría en el mejor delincuente de la historia!
Aquellos que habían decidido dejar de lado el mal no participaron en la conversación, pero aquellos malvados de corazón seguían sin poder contener su frustración y se sentían inquietos ante su presencia.
“Es mejor no tenerlo de enemigo y no decir nada malo de él”.
Así que cuando los peores delincuentes de la comisaría se jactaban de haber conseguido engañarlo un par de veces, ya no lo llamaban por su nombre, sino por el sobrenombre de “Ciclón”.
Al escuchar aquella palabra, el guardia a cargo de vigilar a los detenidos no supo lo que significaba y les preguntó.
Uno de los presos le respondió entre susurros: “¡Es un desastre! ¡El desastre de los delincuentes!”.

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Para Heizou, un detective tiene que usar el ingenio para vencer al enemigo.
Si siempre usas la fuerza para someter a los malos, no eres mejor que ellos. Por eso, siempre ha evitado recurrir a la violencia.
Por esta razón, cuando llegó a la comisaría, sus compañeros pensaron que era un cerebrito y un debilucho.
Fue en ese contexto en el que todos sus compañeros recibieron una buena tunda en la Competición de Artes Marciales Libres de la comisaría.
En dicha competición no hay restricciones de peso, estilo de lucha o armas. Gana aquel que consiga alejar cincuenta pasos del ring al adversario.
Para sorpresa de todos, el “cerebrito y debilucho” de Heizou no usó ni su Visión ni su arma, y llegó a la final usando tan solo las manos.
Durante la final, las noticias de lo ocurrido atrajeron a la propia general Kujou Sara, quien se acercó a presenciar el combate. Justo cuando daba comienzo el enfrentamiento, Sara vaticinó quién sería el ganador.
“El guardia Shikanoin es tan ligero como una pluma y se defiende bien con los puños. Es muy difícil hacerle frente en combate cuerpo a cuerpo. Si su contrincante no es bueno con el arco, no podrá ganarle”.
Tal y como había dicho Kujou Sara, el oponente de Heizou admitió voluntariamente la derrota después de que él le encajara diecisiete golpes seguidos en el costado. Su única herida de guerra fue que el oponente le cortó un mechón de pelo con su espada.
Sin embargo, cuando todos pensaban que Heizou era el ganador, Kujou Sara se acercó al ring, tomó un arco y unas flechas y le retó a un combate adicional.
¡El público estalló de emoción! El propósito de la competición es motivar a los guerreros, así que normalmente solo participan los guardias. Nadie habría imaginado que la mismísima Kujou Sara querría participar.
Heizou la miró con los ojos entrecerrados. Él solo se había apuntado a la competición para ponerse a prueba y comprobar si podía depender de su fuerza para vencer en aquellas situaciones extremas en las que el cerebro no le serviría de ayuda.
Pero en aquel momento, su espíritu competitivo se apoderó de él y le hizo aceptar el desafío de buena gana. La emoción se palpaba en el ambiente y en las caras del público.
“¡Ánimo, Sr. Shikanoin!”, gritó Uesugi sin poder contenerse. A su lado, el oficial Owada apretaba los puños en silencio.
Tras un breve tiempo de preparación, ambos contrincantes subieron al ring. Esta vez las reglas eran algo distintas. Ninguno usaría su Visión. Solo estaban los puños de Heizou, el arco de Sara y cincuenta pasos de ring. El primero que golpeara al otro ganaba.
Justo cuando la tensión parecía a punto de estallar, dio comienzo el enfrentamiento. Antes de que nadie pudiera demostrar sus grandes habilidades o dar un paso, una flecha había puesto fin al enfrentamiento.
Los espectadores vieron a Sara en posición de disparo y a cincuenta pasos de ella vieron a Heizou, que apretaba con fuerza una flecha en la mano derecha, apoyada contra el pecho, a escasos centímetros del corazón. La flecha aún temblaba, como una serpiente a punto de atacar a su presa.
“¡Rápida como el rayo! Supongo que he perdido”, dijo Heizou, que echó a reír y dejó caer la flecha. “No me daba tiempo de esquivarla, así que he tenido que agarrarla”.
“Solo he ganado gracias a las reglas. No hay mucha gente capaz de detener mis flechas. Si hubiera sido una batalla real, el resultado podría haber sido muy distinto”.
Había un brillo de aprobación en la mirada de Sara.
“Shikanoin, eres todo un guerrero. Estoy segura de que llegarás muy lejos si continúas respetando las reglas”.
...
Un mes más tarde, un sobre con una medalla de ganador de la Competición de Artes Marciales de la Comisión Tenryou llegó al Gran Santuario Narukami. Dentro había una carta que decía:
“¿Has visto, prima? No es gran cosa, pero si tienes tiempo, llévala de vuelta a casa y enséñasela a mi padre. Así sabrá que todo cuanto me enseñó no fue en vano”.

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Heizou rara vez habla de su infancia porque no fue una etapa muy feliz en su vida.
Nació en una pequeña aldea de Inazuma, en una familia pudiente. Su padre era un artista marcial que gozaba de cierta reputación.
Al igual que tantos otros niños, se veía obligado a seguir los pasos de su padre mientras rezaba en silencio para poder liberarse de aquel destino impuesto.
Hasta que un día, en un festival de su aldea, se hizo amigo de otro niño que era hijo de comerciantes.
Su nuevo amigo era astuto y perspicaz y siempre le regalaba todo tipo de cosas que, según él, sacaba del almacén de su casa.
Había libros procedentes de Sumeru, extraños juguetes de Fontaine y muchas cosas más. Aquellos regalos siempre alegraban la pesarosa vida de Heizou.
Con el paso de los años, los dos muchachos se volvieron inseparables, pero Heizou se fue percatando de algo muy curioso.
Aquel chico siempre llevaba la ropa sucia y el pelo revuelto. No se parecía en nada al resto de los niños de las pudientes familias de comerciantes.
Así pues, un día, Heizou decidió hablar con él directamente del asunto, igual que hacían los adultos.
Para su sorpresa, su amigo admitió rápidamente que le había engañado. Le contó que todos los regalos que le había hecho eran cosas que había robado de la Cámara de Comercio.
Incluso admitió que, durante aquel festival, había pensado en robarle algo de valor, pero al final se hicieron amigos y desistió.
Esto se lo contó mientras se reía, como si fuera lo más normal del mundo.
Heizou estalló de furia, aunque no sabía si era porque su amigo lo había engañado o porque resultó ser un ladrón.
Entonces le grito: “¡No pienso volver a juntarme contigo!”.
En un arrebato de furia, tiró todos los regalos que le había hecho su amigo, hasta que solo quedó uno. Se trataba de un guijarro de color verde esmeralda.
Aquel era el pequeño tesoro que Heizou y su mejor amigo habían encontrado en el fondo de un riachuelo. Habían encontrado dos iguales, así que cada uno se había quedado con uno. Aquel regalo no tenía ni mácula de delito, era más puro incluso que su amistad.
Con solo mirarlo, a Heizou se lo llevaban los demonios. Así que lo lanzó con fuerza contra la ventana. Por suerte o por desgracia, el guijarro rebotó en la celosía y cayó de nuevo en la habitación. Rebotó varias veces y rodó hasta debajo de la cama.
Heizou estaba tan enojado que pensó que el universo estaba en contra de él. Cuanto más lo pensaba, más apesadumbrado se sentía. Al final, optó por tumbarse en el suelo, como una rana herida que no puede moverse.
Se quedó mirando al techo, confiando en que algún día olvidaría todo lo malo que le había ocurrido. Pero la vida no es tan sencilla, y basta que intentes olvidar algo para que no puedas dejar de pensar en ello.
Un año más tarde, llegó de nuevo el festival. Por pura coincidencia, Heizou se llevó a la celebración el guijarro que seguía bajo la cama.
Ni siquiera tenía claro qué esperaba conseguir con ello, pero el destino quiso responderle de todas formas.
Mientras paseaba por el festival, se cruzó de nuevo con su mejor amigo, pero esta vez lo vio tirado a un lado del camino y cubierto de sangre. Una multitud lo rodeaba entre gritos y exclamaciones de horror.
Unos minutos antes, su amigo había tenido una pelea con un ladrón que quería robarle su monedero. Nervioso y agitado, el ladrón le respondió apuñalándolo en el estómago.
Heizou corrió hacia él para ver cómo estaba la herida, y entonces dejó caer el guijarro al suelo. Cuando su amigo vio la piedra, sus ojos se iluminaron.
“Heizou... ¿Has venido a verme?”.
Heizou apretó con todas sus fuerzas la herida de su amigo, pero la sangre no dejaba de brotar entre sus dedos. La ira le recorría el cuerpo, aún más que la anterior vez, y, enfurecido, le gritó a su amigo:
“¡Idiota! ¡Deja de hablar!”.
Su amigo sacudió débilmente la cabeza y se esforzó por abrir el monedero que llevaba. Dentro no había ni un solo Mora, sino tan solo su brillante guijarro esmeralda.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, levantó el guijarro y se lo enseñó a su amigo. Lentamente, elevó las comisuras de los labios, que estaban manchados de sangre. Sonreía con más alegría incluso que antes de la pelea que tuvieron.
“Yo... también vine a verte...”.
Heizou no recuerda cómo volvió aquel día a casa. Tenía la mente completamente en blanco. Además de rabia, solo sentía asco.
Y en ese momento tuvo una intuición. Intuyó que, fuera lo que fuera lo que le causaba aquella sensación de repugnancia, debía de ser su enemigo.
Aquella cosa fue lo que, a través de mentiras, arruinó su amistad, fue lo que puso fin a la vida de su amigo; aquella cosa era el crimen.
Crimen, entendido no como las mentiras o los robos de su amigo, o como el asesinato del ladrón, sino como algo más abstracto, algo más trascendental.
Era más bien como una colección de todos los crímenes de este mundo, como una nube negra que se cierne sobre la belleza de este mundo para intentar hacerla desaparecer.
En la mañana de un mes más tarde, Heizou dejó una nota y abandonó su hogar. Estaba decidido a emprender el camino de la lucha contra el enemigo que había encontrado.
En el camino lo acompañó una piedra de un brillante color esmeralda. Pero no era aquel guijarro, símbolo de la amistad, sino una Visión que representaba su determinación.

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