“Todas las cosas tienen marcado su principio y su fin, igual que los incansables ciclos del día y la noche”.
“Que las historias que alberga esta lámpara te concedan sueños de los que se aguardan con ilusión”.

Justo cuando el palacio colapsó, la joven que nunca conoció la luz escuchó en un sueño los susurros de ella.
A través de un velo de lágrimas, el niño que había decidido partir en sueños vio su compasión y benevolencia.

Bañada en el reflejo de la luna serena, la lámpara esmeralda habló de las siluetas de las estrellas y de esa melodía eterna.
Una bailarina de ojos verdes besando suavemente un trozo de seda que goteaba néctar, peces de todos los colores haciendo piruetas en limpias aguas perladas.
Un músico nocturnal guiando las antorchas del genio, cantando sobre las fortalezas doradas en el mar de arena y los arcos de color granate.
Un sagaz marinero partiendo en un gran viaje, buscando solamente la voz cantante en un sueño y los exuberantes jardines de la otra orilla.

El palacio derruido e iluminado por la luz serena, rodeado por sueños arrebatadores de mil mundos distintos.
La suave brisa del bosque que barre el polvo en el camino de regreso, alejando a los niños perdidos de ese palacio, ya no más tranquilo.
A medida que la luz del amanecer se fue abriendo paso entre los huecos dejados entre las hojas, la lámpara esmeralda que relató los sueños de mil noches se oscureció cada vez más.
Solo cuando se despertó del sueño y se volvió de repente, se dio cuenta la joven ciega de que no había bosque, pues el alba había despuntado.

Desde entonces, la lámpara de ese sueño nunca volvió a brillar, y el tiempo implacable engulló los sueños de las noches pasadas.
Pero los pájaros seguían trinando para celebrar la mañana. Cantaban sobre historias que se abrían radiantes como un lecho de flores.
Ese sonido daba valor, esperanza y felicidad a los niños que nunca habían tenido ocasión de contemplar un sueño.
Tejía una canción interminable de mil noches, y encendía las lámparas nocturnas que esperaban tranquilas el alba.

Después de atravesar mil sueños imposibles, cuando dejó de escucharse el canto del ruiseñor, cuando el sol poniente se escondió de nuevo tras el horizonte,
la persona que viajaba vio esa lámpara esmeralda al final de su viaje, en aquel lejano y antiguo reino.
Allí, donde las rosas cubiertas de rocío aún se mecían suavemente bajo la brisa bañada por la luna, esperó a que ella le contara una nueva historia:
“Aunque los recuerdos de noches pasadas se hayan desvanecido, seguiremos cantando a los bellos sueños que nos aguardan esta noche”.