Al abrir cualquier material de enseñanza de la Escuela de Tecnología, siempre encontrarás el currículum académico de Faruzán colocado orgullosamente en la página de información sobre el autor:

“Faruzán, erudita eminente de la Academia, ganadora del Premio a la Mejor Trayectoria de Resolución de Acertijos de Sumeru y fundadora de la asignatura de ‘Mecánica Clásica’”.

Al preguntar a los estudiantes de la Escuela de Semiótica por qué decidieron entrar en ella, siempre fruncen el ceño mientras hablan de Faruzán:

“¿Doña Faruzán? Su investigación está tan obsoleta que nunca pasa las evaluaciones. Si quieres entrar en nuestra facultad, te recomendamos buscarte otro tutor”.

Es inevitable no sentir curiosidad al ver las valoraciones tan dispares entre el currículum de Faruzán y sus estudiantes.

Por otro lado, cuando los más jóvenes le preguntan algo, ella siempre adopta una misteriosa mirada:

“¿Eh? ¿Quieres saber qué ha pasado en estos cien últimos años y cómo hemos llegado a este punto? Bueno, eso es un gran secreto. Ven, ven, acércate...”.

Y entonces le da un buen coscorrón al estudiante.

“Si tanta curiosidad tienes, ¡ve a investigarlo tú mismo! ¡¡Y recuerda llamarme ‘doña Faruzán’!!”.

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Para muchos eruditos de la Academia, Faruzán, muy conocida por su trabajo hace cien años, siempre ha sido como un personaje legendario.

En el poco tiempo que estuvo investigando fuera, logró analizar y descifrar el funcionamiento de la mayoría de las ruinas y mecanismos de Sumeru, lo que redujo en gran medida para las generaciones posteriores la dificultad de resolución de acertijos.

Con sus ensayos y tesis, creó una sólida base para que su disciplina de estudio siguiera desarrollándose en el futuro, e iluminó el camino para innumerables eruditos de la Facultad Kshahrewar.

Sin embargo, el “capítulo final” en la vida de la extravagante Faruzán fue de lo más peculiar, ya que desapareció misteriosamente en una ocasión en la que fue a investigar unas ruinas. Desde entonces, no se volvió a saber nada sobre ella.

En los cien años que estuvo desaparecida, la gente se inventó historias a cada cual más fantástica.

Algunos decían que tuvo acceso al antiguo conocimiento del Rey Deshret y que, en consecuencia, la encerraron en secreto en el Templo del Silencio.

Otros argumentaban que los dioses habían reconocido su gran talento y que, por tanto, había ascendido a los cielos para reunirse con ellos.

Y es que, al fin y al cabo, un personaje legendario merecía tener un final igual de legendario.

Así pues, las leyendas fueran alejándose cada vez más de la realidad.

“Pues... simplemente tuve un pequeño accidente mientras solucionaba un acertijo y me quedé atrapada en unas ruinas. ¿Qué? A ver, ¿qué teorema dice que una erudita experimentada no pueda tener un accidente?”.

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Una de las cosas que más confunde a los estudiantes jóvenes es el hecho de que Faruzán haya contribuido en su mayor parte al campo de la mecánica, pero sea una erudita de la Escuela de Semiótica especializada en la investigación de la escritura.

Esto se debe a que, concretamente, su campo de investigación es el estudio de la estructura y los métodos de resolución de acertijos de los mecanismos de las ruinas antiguas basado en las inscripciones en piedra y otras fuentes arqueológicas.

Hace cien años, la Mecánica Clásica no era una rama de investigación consolidada dentro de la Academia. No obstante, Faruzán consiguió predecir el funcionamiento de los mecanismos basándose en fuentes antiguas, lo cual supone un gran avance en el campo de la investigación de ruinas.

Sin embargo, conforme se iban explorando más y más ruinas y refinando las teorías de la mecánica de la Escuela de Tecnología, dicha disciplina fue perdiendo la importancia que solía tener.

Cien años más tarde, cuando Faruzán regresó a la Academia, ningún estudiante de la Escuela de Semiótica era ya capaz de entender sus ensayos, y hasta los tutores de tesis se quedaban atónitos al ver los proyectos que presentaba.

Muchos eruditos que se graduaron de dicha escuela habían leído los ensayos de Faruzán y, tras enterarse de su situación, fueron a convencerla de que se pasara a la Facultad Kshahrewar. Pero no sirvió de nada.

De hecho, uno de los eruditos que la intentó persuadir, dejándose llevar demasiado por la situación, dijo: “¡La Facultad Kshahrewar es la única que en el futuro podrá investigar la mecánica! No estamos en la edad de piedra, ¡ya nadie investiga las lenguas antiguas!”. Evidentemente, Faruzán, que ya había perdido la paciencia, dio un buen sermón sobre el tema que duró lo mismo que dos clases enteras.

Dicen que, esa misma noche, el erudito estuvo lamentándose en la Taberna Lambad mientras bebía alcohol, aterrado y avergonzado de lo que había hecho.

Un amigo suyo de la Escuela de Semiótica se acercó a darle unas palmaditas de consuelo y, furioso como estaba, le prometió que le enseñaría una buena lección a esa anciana durante la defensa de tesis que tenía al día siguiente.

Al caer la noche ese día, el amigo también se unió al club de los que ahogan sus penas en alcohol.

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Además de sus proyectos de tesis siempre rechazados, otro problema que le causa grandes quebraderos de cabeza a Faruzán es el de no encontrar ningún estudiante al que admirar.

Cada vez que planea hacer una conferencia en la Escuela de Semiótica, los estudiantes se rascan la cabeza confusos o se quedan dormidos tras escuchar la retahíla de terminología que incluye en su exposición.

Esto enfurece tanto a Faruzán que saca su puntero en medio de la conferencia y se pone a reprender la indisciplinada actitud de sus colegas de escuela, diciendo que no son nada serios y quejándose de cómo pretenden ser buenos profesores para las futuras generaciones.

Ahora bien, comparado con cuando la escuchan hablar de teoría mecánica, sus estudiantes se concentran mucho más cuando Faruzán critica a sus amigos de hace cien años. Y eso la pone aún más furiosa.

Por su parte, los estudiantes que sí están interesados en la investigación de mecanismos agradecen de todo corazón a doña Faruzán cuando se enteran de que ella quiere aceptarlos como alumnos. Pero la cosa cambia cuando descubren que, para ello, tienen que ir a la escuela de Semiótica, y entonces se lo piensan dos veces.

Pero Faruzán nunca espera a que el estudiante le dé su respuesta final, y la próxima vez que se ven, el alumno ya forma parte de la Escuela de Tecnología.

Una vez, Tignari le pidió que fuera a investigar unas ruinas de la selva, y Faruzán caminó y caminó hasta adentrarse en un lugar donde se escuchaba a alguien rezar devotamente:

“Oh, gran Diosa de la Sabiduría, ¡haz que sepa leer mejor!”.

La persona que rezaba lo hacía con tanta pena y, al mismo tiempo, con tanta sinceridad que Faruzán no pudo evitar sentirse conmovida. ¡Quién iba a pensar que en la Sumeru de hoy en día aún habría personas con tanto interés en estudiar la escritura!

A juzgar por la voz, no parecía un niño que aún no supiera leer o un erudito en la fase del retiro delirante. Si se había adentrado hasta allí a solas, debía de ser una persona con unas grandes habilidades y experiencia con los mecanismos de la selva.

Tras reflexionar brevemente, Faruzán concluyó, gracias a sus cien años de experiencia, que se trataba de alguien con la edad, la determinación y las cualidades adecuadas como para aceptarlo como estudiante, por lo que salió de detrás del árbol en el que se escondía para presentarse.

Entonces, la estudiante, que resultó ser Collei y que no había advertido la presencia de Faruzán, gritó de tal manera que se escuchó en todo el bosque.

Al oír el grito, Tignari corrió en su ayuda. Collei explicó entre tartamudeos el por qué estaba allí y, junto a la ayuda de su maestro, aclararon aquel tremendo malentendido.

Con el tiempo, Faruzán fue conociendo mejor a la joven guardabosques en prácticas y, cada vez que visitaba la Villa Gandharva, le llevaba algo de comer para alegrarle el ánimo.

Sin embargo, a Collei le seguía confundiendo algo: si ya se había aclarado el malentendido, ¿por qué doña Faruzán estaba cada vez más obsesionada con la idea de aceptarla como estudiante?

Seguro que en la Academia había montones de estudiantes muy diligentes que la respetaban como profesora y que ansiaban aprender de ella.

Tal vez Faruzán no se estaba dando cuenta de por qué Collei le llamaba tanto la atención.

Y era porque, incluso tras haber sufrido un dolor inhumano, seguía enfrentándose a la vida con la misma tenacidad.

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En cuanto a su experiencia atrapada durante cien años en unas ruinas, ni siquiera Faruzán lo recuerda bien o suele dar muchos detalles.

Eran unas ruinas de origen y ubicación desconocidos, sobre las que lo único que recuerda es que estaban relacionados con la civilización del Rey Deshret. En ellas había todo tipo de mecanismos, y sus paredes estaban llenas de inscripciones que parecían códigos.

El misterioso poder de las ruinas hizo que el tiempo no pasara para su cuerpo y que no sintiera ni hambre ni cansancio físico, pero de lo que no podía deshacerse era del cansancio mental.

Usó todas las plumas y papeles que llevaba consigo y no consiguió descifrar ni una sola frase; empleó todo su conocimiento y no logró entender el funcionamiento de ningún mecanismo.

Tumbada boca arriba sobre incontables papeles con anotaciones, se quedó mirando fijamente los textos inscritos en la bóveda de donde se encontraba.

Aquel antiguo misterio se burlaba silenciosamente de la ignorancia de Faruzán, de la insignificancia de la humanidad de hoy en día.

¿Acaso la disciplina que con tanto orgullo estudiaba y el vasto conocimiento cultivado en vida por generaciones de eruditos no servía para nada ante las ruinas de una civilización antigua?

Faruzán se incorporó, agarró un trozo de piedra y empezó a grabar algo sobre las losas del suelo.

Mientras haya vida, habrá esperanza. Lo que hoy no entiendes podrás entenderlo en el futuro. Mientras existan las civilizaciones, estas no dejarán de desarrollarse. Lo que la humanidad no comprende hoy lo aclararán las generaciones futuras.

Aunque aquel lugar acabase siendo su tumba, tenía que dejar un registro de sus deducciones y pruebas fallidas para que la próxima persona con la misma mala suerte que ella aún tuviera un haz de esperanza.

Ese era el sentido de la existencia para los eruditos especializados en escritura rúnica.

Pasó quién sabe cuánto tiempo para que Faruzán llenara de deducciones y símbolos crípticos toda la superficie disponible en el lugar.

Pasó quién sabe cuánto tiempo para que su memoria empezara a fallarle, comenzara a delirar y murmurara palabras incomprensibles.

Pasó quién sabe cuánto tiempo para que por fin encontrara la solución al acertijo.

Pero lo que no sabía, debido a lo aturdida que estaba, era que el auténtico sufrimiento aún la esperaba fuera de las ruinas.

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Después de escapar de las ruinas, Faruzán tuvo que descansar mucho tiempo para recuperar la conciencia.

Al ver que Sumeru había cobrado una apariencia radicalmente distinta a la que ella recordaba, creyó por un momento que todavía no había salido de las ruinas, y que el paisaje que tenía ante ella no era más que una ilusión creada con algún mecanismo.

Tuvo que venir alguien de la Academia con registros del Akasha de los últimos cien años para mostrarle su identidad y explicarle todo lo que había acontecido durante el siglo que ella estuvo ausente. Solo así logró aceptar que realmente habían transcurrido cien años.

Un erudito de la Academia trajo un libro de la Escuela de Tecnología para que ella lo ojeara. Faruzán lo abrió y leyó en la primera página:

“Gran parte de los contenidos de este libro tuvieron como referencia los ensayos y manuscritos de doña Faruzán. Ojalá que los estudiantes del mañana conozcan su nombre cuando regrese”.

Al leer aquel fragmento que escribieron sus viejos conocidos, se sumió en sus recuerdos y vio a sus estudiantes de nuevo, en una algarabía en la que todos hablaban sobre los futuros que deseaban. Increíblemente, aquello sucedió cien años atrás.

Todas las personas que ella conocía y todas las que la conocían a ella ya no estaban en este mundo.

Aunque Sumeru era su hogar, el cambio que experimentó fue tan drástico que Faruzán se sentía como si deambulara en una tierra foránea.

Hasta los viajeros errantes acaban regresando a su hogar, pero ella solo podía volar a la deriva del tiempo, y nunca podría regresar al pasado.

El erudito que permanecía a su lado no dejaba de pensar en cuáles serían las palabras más adecuadas con las que dirigirse a ella e inquirir de la forma más delicada posible sobre lo que sucedió tiempo atrás. No obstante, no se atrevía a articular palabra, pues no deseaba bajo ningún concepto herir los sentimientos de doña Faruzán.

Ella se mantuvo serena, cerró el libro y procedió a contar lo que pasó con un tono indiferente.

“No fue más que un experimento fallido. Al fin y al cabo, no hay erudito que no haya fracasado en alguno de sus experimentos...”.

No importa en qué lugar o en qué era se encuentre, el tiempo ya no volverá a detenerse para Faruzán.

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El dispositivo multifuncional de asistencia en exploraciones de ruinas, también conocido por su nombre en clave “Dispositivo Vairambhaka”, es una de las pocas cosas que Faruzán pudo conseguir con los fondos de la Academia tras su regreso.

Este mecanismo es capaz de cumplir múltiples funciones: escoltar, despejar monstruos o limpiar arena, entre muchas otras. Además, de acuerdo a las preferencias de su creadora, dispone de varios componentes que aliviarán el aburrimiento con tan solo pulsar un botón.

Lo que ella nunca imaginó es que este dispositivo indispensable para cualquier viaje que ella ideó acabaría llamando la atención de una unidad de la matra. Un día cualquiera, irrumpieron en su taller e inspeccionaron el Dispositivo Vairambhaka de arriba abajo.

Tras advertir una gran cantidad de componentes inútiles a simple vista, sus sospechas no hicieron más que acrecentarse, ignorando las quejas de Faruzán, quien exclamaba sin parar: “¡Solo es un dispositivo para aliviar el estrés!”. Por más que ella opusiera resistencia, la matra insistía en sus pretensiones de desmontar el dispositivo para examinarlo en profundidad.

Por suerte, Cyno, el Gran Juez, llegó en el momento preciso para ordenarles que se detuvieran.

Resulta que la matra sospechaba que la repentina desaparición de Faruzán se debía a que ocultaba una confabulación secreta.

Además, estaban convencidos de que había rechazado la invitación de la Facultad Kshahrewar porque así podría aprovecharse de la falta de conocimientos sobre mecánica de la Escuela de Semiótica para idear algún artefacto perverso.

Al fin y al cabo, ¿qué clase de erudito que haya estado en contacto con la civilización del Rey Deshret no se sentiría atraído por su extraña sabiduría? Es por este motivo que la matra actuó de inmediato en cuanto tuvo noticia del extraño dispositivo que estaba ideando Faruzán, como si estuviera a punto de protagonizar el apocalipsis de Teyvat.

Cyno trajo consigo registros de Faruzán que utilizó para responder todas y cada una de las preguntas de la matra. Además, le pidió disculpas por la intrusión de sus subordinados, y ordenó a uno de ellos que dejaran el taller tal y como lo encontraron en un principio.

Faruzán, que precisamente necesitaba que alguien le echara una mano en esos momentos, quedó encantada con la idea. Como el Gran Juez le pareció un hombre de buenos valores, quiso invitarle a que pusiera un nombre a su nueva creación.

Cyno no dijo nada, reflexionó un momento y finalmente sugirió un nombre:

“Ya que se trata de un dispositivo que produce ráfagas de viento y que llamó la atención de la matra, ¿qué te parece el nombre de ‘Gran Vayuvyastra’?”.

En ese momento, el rostro de Faruzán irradió mayor fascinación que cuando logró salir de las ruinas del Rey Deshret.

Cuando uno de los matra que había junto a ellos les mencionó que la Facultad Kshahrewar ya poseía otro dispositivo con el mismo nombre, Faruzán lo descartó de inmediato y no quiso indagar más en el significado del nombre que había propuesto.

No obstante, investigó la composición del nombre por su cuenta más tarde, y así se le ocurrió otra combinación de palabras para un nombre más ingenioso: así nació el Dispositivo Vairambhaka.

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Aunque ya olvidó cómo logró resolver aquel acertijo, Faruzán todavía tiene un vago recuerdo de lo que sucedió cuando salió de las ruinas.

Lo primero que sintió al salir al exterior fue la luz del sol sobre su rostro, que la encandiló tanto que no podía abrir los ojos, lo que la hizo retroceder ligeramente hacia atrás.

Entonces, notó una brisa de viento que pasó por su lado, refrescó su cara de un soplido y le acabó rodeando la cintura y los hombros como si el viento le estuviera dando la bienvenida con un cálido abrazo.

Y aunque Farazán hubiera cerrado los ojos, ella sentía como si fuera capaz de verlo todo. Avanzó paso tras paso dejándose guiar por el viento, aproximándose cada vez más hacia una libertad que había perdido cien años atrás.

Durante el último siglo, el entorno había cambiado considerablemente, y su memoria también se había deteriorado, por lo que le fue imposible recordar el camino de vuelta a casa.

Sin embargo, Faruzán continuó siguiendo al viento, el cual, a pesar del estado de turbación en el que ella se encontraba, la guio entre bamboleos a través del bosque y la llevó por aquellas zonas en las que no tendría que enfrentar monstruos ni peligros. De repente, despertó en ella una sensación familiar y extraña a la vez.

En ese instante, su cuerpo se desvaneció en el suelo y su estómago protestó con un rugido.

“Ah... Cuánto tiempo sin sentir hambre”...

¿Quién lo iba a decir? Faruzán desbloqueó el mecanismo y escapó de las ruinas, ¡pero se olvidó de una de sus necesidades más básicas!

El viento cesó poco a poco, y Faruzán, que no era capaz de sostenerse en pie, acabó desmayándose y sumiéndose en un profundo sueño.

...

Cerca de aquel lugar, una caravana de comerciantes avanzaba con parsimonia. De repente, una brisa de viento sopló a uno de sus animales de carga en los ojos, lo que hizp que se detuviera para agitar la cabeza.

El comerciante tiró de las riendas para intentar reincorporarlo a la fila, y entonces divisó un destello a lo lejos.

“¡Abre ya los ojos! ¿Qué es eso que miras que te ha fascinado tanto? ¿Acaso has visto una gema?”

“No... Espera... ¡Hay una persona tumbada en el suelo!”.

En la lejanía, junto a Faruzán, que yacía inconsciente en el suelo, se hallaba una Visión que emanaba un centelleo deslumbrante.