Candace, uno de cuyos rasgos más característicos es la heterocromía, es la custodia de la Aldea Aaru.
Siempre es amable con los viajeros que llegan a la aldea y no insiste demasiado en la falta de cortesía de las personas, siempre y cuando la corrijan a tiempo.
Para Candace, las tradiciones de la Aldea Aaru son lo más importante y, mientras las respeten, todas las personas son bienvenidas para descansar en la aldea.
Ahora bien, si alguien se toma eso como una debilidad e intenta hacer algo ilegal, pagará el mayor de los precios.
Ahí es cuando se dan cuenta de que la lanza y el escudo de Candace son de lo más temibles.
Descendiente de al-Ahmar, habitante del desierto, custodia… Ella es todo eso, pero también tiene la eterna labor de proteger la Aldea Aaru.
“En esta aldea solo damos la bienvenida a quienes respetan el orden”.

“La Aldea Aaru es el último refugio que les queda a los descendientes del Rey Deshret, y la misión de los custodios de la aldea es defenderla hasta el día en que desaparezca el último de esos descendientes”.
A los ocho años, Candace ya había sido nombrada la nueva custodia, y esa frase es lo que le dijo la persona que le pasó la responsabilidad.
Tras la muerte del Rey Deshret, era una bendición que sus descendientes pudieran tener un refugio como este en el mundo.
Generación tras generación, los custodios cumplían su labor silenciosamente para proteger a innumerables aldeanos hasta que fallecieran como “descendientes del Rey Deshret” y obtuvieran el descanso eterno.
Poder desaparecer en paz era un deseo largamente anhelado por la gente de la Aldea Aaru.
Sin embargo, cuando en la aldea aparece nueva vida, es probable que todo lo que conocen tenga que cambiar un poco.
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Cuando Anpu, el jefe de la aldea, anunció que una caravana de la Ciudad de Sumeru estaba a punto de llegar para hacer negocios, los anteriores custodios no podían creer lo que estaban escuchando.
Indignados, acusaron a Anpu de querer acabar con las tradiciones y pidieron que Candace, la actual custodia, hiciera su trabajo y pidiera a los guardias que se llevaran a esos comerciantes.
Sin embargo, Candace se negó, pues ya había llegado a un acuerdo con el jefe de la aldea para hacer algunos cambios en el futuro de sus habitantes.
Lo explicaron una y otra vez, pero los antiguos custodios no daban el brazo a torcer, e incluso alegaron que, si Candace no estaba dispuesta a cumplir con su deber, retomarían el mando y llevarían a cabo la labor que se esperaba de ellos.
Finalmente, el sonido metálico de una lanza chocando contra un escudo acalló la disputa. Escudo y lanza en mano, Candace se levantó, miró a su alrededor con una sonrisa y le dijo a un viejo y perplejo custodio:
“Me alegro de ver que está tan animado. Pero yo soy la actual custodia de la Aldea Aaru, así que, por favor, váyase a descansar”.
En ese momento, el poder de persuasión de las armas venció al de las palabras y parecía que iba a ser suficiente para detener el tumulto.
Tras una breve preparación, Candance acompañó al jefe de la aldea en calidad de custodia para recibir oficialmente a la caravana y comerciar con ella tras lo cual escoltó la caravana hasta las afueras de la aldea.
Unos días después, los comerciantes volvieron a la aldea para formalizar una humilde transacción de ropa.
Tras ello, regresaron a la Ciudad de Sumeru con las noticias de su intercambio exitoso. Poco después, un nuevo tema surgió entre la gente de negocios de Sumeru; uno del que se había hablado poco en el pasado:
“Oye, ¿sabes que alguien fue a la Aldea Aaru para hacer negocios y ganó un montón de Moras? Deberíamos intentarlo nosotros también”.
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En realidad, Candace no suele usar su lanza y su escudo como herramientas de debate.
Los niños de la Aldea Aaru siempre han pensado que, por muy enfadada que esté Candace, lo máximo que hace es fruncir el ceño o, como mucho, pedir a los niños revoltosos que copien unas cuantas veces la caligrafía preparada por la abuela Kulsum.
El resto de los guardias de la Aldea Aaru creen que, aunque Candace es estricta, nunca castiga físicamente a quienes holgazanean o a quienes son menos fuertes que ella, sino que, en su lugar, les enseña pacientemente.
Los más ancianos de la aldea, por su parte, consideran que Candace es una persona que no muestra nunca emociones negativas y, de hecho, nunca la han visto triste.
Hasta los comerciantes que visitan la aldea son recibidos por Candace con gran hospitalidad. Ella lo organiza todo de la mejor manera, desde las presentaciones hasta el alojamiento.
A veces hasta puede resultar demasiado hospitalaria para los comerciantes.
Después de todo, la aldea colinda con el Gran Desierto Escarlata. Dejando de lado a los monstruos, los bandidos que actúan fuera de la ley hace mucho que tienen a la aldea en el punto de mira.
¿Puede una custodia proteger a todo el mundo y a sus negocios?
Una noche, un comerciante borracho se atrevió a exclamar:
“Señorita custodia, podemos hacer negocios en esta aldea sin problema, pero como sabrá, el desierto es un nido de delincuentes”…
“No se preocupe. Solo quienes cumplen las normas son bienvenidos a la Aldea Aaru. En cuanto a quienes no las cumplen”…
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Quienes no respeten las reglas serán los enemigos de la Aldea Aaru.
Ya sean Eremitas escondidos en el desierto, bandidos disfrazados de aventureros o ladrones de tesoros que intentan robar mercancías, quien ose invadir la aldea recibirá el castigo que se merece por mucho que intente esconderse o escapar.
Quienes confiesen su crimen serán perdonados y se les dará suministros suficientes para cruzar el desierto. Eso sí, nunca más se les permitirá poner un pie en la Aldea Aaru.
En cuanto a los más insistentes… sus viles almas solo podrán estar acompañadas de la arena del desierto.
Una vez, un antiguo Eremita advirtió a sus compañeros que Candace, la terrible custodia de la aldea, era una auténtica descendiente del Rey Deshret.
Su escudo fue bendecido por al-Ahmar para que, mientras su portador lo sostuviera con firmeza, cada uno de los granos de arena del desierto respondieran a su llamada. Así que, si así lo deseara, Candace podría invocar una enorme tormenta de arena que engullera a sus enemigos.
Y no solo eso, sino que, con su ambarino ojo izquierdo, puede percibir el futuro y leer el destino de las personas. De hecho, tal es su poder que nadie ha conseguido nunca escapar de ella.
Así pues, la gente cree que Candace se ha deshecho de todos los enemigos de la Aldea Aaru gracias a todos estos poderes divinos.
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Solo Candance sabe que en realidad nunca ha gozado de la gracia de al-Ahmar.
Y esto se debe a un secreto transmitido entre las generaciones de custodios: “los dioses nunca han bendecido a los custodios con su gracia”.
Sin embargo, esto solo lo descubren cuando toman su escudo para asumir el cargo.
Los efectos de conocer esta verdad han variado de custodio en custodio. Algunos abandonaron el cargo y quedaron tan desalentados que hasta dejaron de entrenar sus habilidades de combate. Otros comenzaron a creer que, ya que nadie se fijaba en ellos, no tenían que obedecer las normas y, en consecuencia, actuaban temerariamente e incluso incumplían la ley.
Pero Candace no se sintió tan triste.
“No porto mi lanza y mi escudo para rezar por la gracia de los dioses, así que, sea bendecida por ellos o no, mis deberes no cambiarán”.
Candace entrena asiduamente día tras día, y así es como ha adquirido tanto su extraordinaria determinación como sus increíbles habilidades de combate.
Muchas de las personas que han visitado la Aldea Aaru han invitado a Candace a salir de allí, pues no entienden por qué alguien tan competente como ella decide vivir en un lugar tan alejado de la mano de los Arcontes. Esa misma gente suele decir que, si estuviera dispuesta a marcharse, podría comenzar una nueva carrera.
Pero Candace siempre les responde de la misma manera:
“Un custodio no abandona lo que se propone defender”.
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Candace tiene por costumbre comprar accesorios a los comerciantes de la Aldea Aaru.
Una horquilla adornada con perlas aguamarinas, una diadema de satén y seda, colgantes bañados en oro, pulseras de metal grabados con el patrón del loto kalpa, colgantes grabados con los escudos de las distintas escuelas de la Academia…
Aunque Dehya continúa animándola a que se arregle más de vez en cuando, Candace es de la opinión de que la fragilidad de ese tipo de objetos no terminan de encajar con su puesto, por lo que la mayoría de sus accesorios permanecen ocultos en lo más profundo de su armario.
Al parecer, Candace solo desempolva estas baratijas cuando decide descansar temporalmente de su extenuante trabajo como custodia de la Aldea Aaru y se viste con otros ropajes para descansar por fin a la sombra. O, tal vez, decida utilizarlas a modo de regalo para alguno de sus amigos.
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Con la llegada de extranjeros a la Aldea Aaru, esta ha tenido que afrontar todo tipo de insólitas situaciones.
Ladrones de tesoros disfrazándose de comerciantes para infiltrarse en la aldea, grupos de mercenarios que secuestran las caravanas, comerciantes poco escrupulosos que son maestros en el arte de la charlatanería…
Además, tras entrar en contacto con gente de otros lugares, el deseo de una vida fuera de la aldea ha comenzado a extenderse por el corazón de los lugareños. Por eso, cada vez más aldeanos intentan salir de la aldea para ganarse la vida y pocos jóvenes están dispuestos a permanecer en aquel lugar alejado de la mano de los Arcontes.
Los antiguos custodios de la aldea, que ya habían mostrado su desaprobación hacia Candace por “no respetar la tradición”, volvieron a la carga al percatarse de la situación.
“¡El deber de un custodio es mantener el orden en la aldea!”.
“¡Todo esto es culpa tuya, Candace! Has perturbado el orden que imperaba en la aldea”.
“¿Por qué no eres capaz de cumplir con tu deber?”.
Tras oír aquellas palabras, la muchacha se alzó, lanza en mano.
“¡Basta! ¡Si lo que quieren es proteger el ‘pasado’ de la aldea, adelante, no duden en hacerlo! No es asunto mío si quieren permanecer encerrados en casa o marcharse de la aldea.
Pero yo no permitiré que la gente de nuestra aldea permanezca anclada en el pasado.
Si ustedes no están dispuesto a mirar hacia delante, ¡yo misma guiaré a nuestro pueblo hacia el futuro!”.
Aquellas palabras sorprendieron a los antiguos custodios, que, al contemplar el fulgor de aquella mirada joven, fueran incapaces de responder a sus palabras.
Con una ira manifiesta muy poco propia de ella, Candace abandonó la estancia, con lo que zanjó la disputa.
Como si de un aliento de apoyo se tratara, una perla apareció en la punta de su larga lanza.
Los Arcontes habían posado su mirada sobre ella y le transmitían su amparo de la mejor forma que sabían.
Una Visión es homóloga de un corazón fuerte y decidido, y no había mejor ornamento que ese para otorgarle a esta joven guerrera.
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