En esta historia se cuenta cómo los sueños del Rey del Desierto se esfumaron hasta no dejar rastro y cómo la Maestra de las Plantas silenció los susurros de los cielos endemoniados.
La ferocidad con la que sucedió el declive dividió el reino divino en numerosos reinos menores hasta que todos acabaron reduciéndose uno tras otro al tamaño de granos de arena.
Una reina procedente de uno de aquellos reinos quemó la ropa y la corona doradas del pequeño príncipe y, antes de que escapase, lo obligó a vestir un saco de tela cual siervo.
Con el transcurso de los años, el muchacho pasó de ser un príncipe a ser el hijo del jefe de un mercado de esclavos y, después de unas cuantas primaveras más, acabó convirtiéndose en un simple vagabundo errante que lo había perdido todo.

“Cuando todavía podía sollozar ante el alba en la torre de los espejismos, brindé consejo a mi señor y, junto a él, destruí innumerables reinos.
Cuando nació el hijo del rey anterior, expresé mis más sinceras felicitaciones y exclamé: ‘que los himnos de su alabanza continúen resonando incluso después de su muerte’.
En el pasado juzgué equivocadamente ciertos asuntos y a ciertas personas. Ahora acepto el castigo de mi destino, y no soy capaz de vislumbrar más que oscuridad.
Sé mi aprendiz. Sé mis ojos, describe para mí todo cuanto adviertas en el desierto, objetos y hombres.
Ojalá que algún día mis poemas sean bordados en las alfombras de los palacios divinos”.

Las monedas pierden su lustre al pasar por tantas manos. Sin embargo, cuantos más dueños hayan tenido las pertenencias de los nobles, más valiosas son.
Su último dueño fue un poeta ciego. De repente, la historia pasa de tratar sobre un siervo y su señor a contar la historia de un maestro y su aprendiz.

“Antes de separarnos, mi madre me dijo que nos volveríamos a encontrar en el oasis eterno…
Utiliza esta espada como llave de la puerta del paraíso, y así podrás reconstruir el reino de esmeraldas y granadas”.

El anciano poeta palpó ligeramente con las yemas de sus dedos la hoja ya desafilada de la espada mientras concentraba toda su atención en escuchar aquella historia. Al llegar al final, respondió:
“Ha llegado el momento de que nuestros caminos se separen. No soy más que un detalle insignificante en la epopeya de tu vida”.

“Maestro”…

“Xifos, tu destino es superior al de nosotros, modestos poetas. No deberías rebajarte a escribir historias para otros.
Eres el elegido del genio. La Llave de la Coronación se halla en tus manos, eres el príncipe del reino perdido.
Embárcate en un viaje errante a través de los reinos caídos. Crearás un sinfín de leyendas y encontrarás el oasis eterno”…
“En aquella era, cuando todavía escribía canciones para el rey y poemas de amor para el príncipe, solía fantasear con escribir para el salvador del destino.
¿Me permitirás relatar la épica historia sobre el reencuentro con tu madre y la devolución de la gloria al Rey del Desierto?”.

Al final, los caminos de ambos se cruzaron: el del príncipe que acabó convirtiéndose en un esclavo y el del mercenario que perdió su trono.

En múltiples leyendas, se menciona una llave misteriosa. Se dice que se ordenó a las arenas del desierto que conformaran un torrente en el aire para bloquear la entrada al reino después de que el Rey del Desierto se separara de sus viejas amistades.
También se cuenta que, cuando la burbuja estalló y los reinos se esparcieron por el territorio, dicha llave se llegó a utilizar para ocultar la torre del desierto y el paraíso de los sueños a través de un espejismo.
Esa llave pasó por las manos de soberanos y reyes, hasta que finalmente regresó al seno de las arenas del desierto.
En cuanto al poeta ciego, él siguió el rastro de las historias y las huellas de sangre, hasta que finalmente llegó al bosque…